Qué linda se ve mi amiga queriéndose bonito
- Misma
- 27 feb
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 28 feb

A esta entrada del blog le llamo
QUÉ LINDA SE VE MI AMIGA QUERIÉNDOSE BONITO
En mi vida he hecho varios viajes con amistades. Pero en el que hice hace un par de años con una pareja de amigos y con el gordo de casa, vi una versión de mi amiga que no había visto antes. De hecho, si no me equivoco, creo que en un reencuentro de esos «random» que tuvimos la escuché decir que había cambiado (para bien).
De cómo comenzó la travesía
Te juro que en ese viaje en particular la pasamos de lo lindo, como que nos fuimos de fin de semana largo para la Gran Manzana.
Recorrimos sus principales calles, caminamos toda la Quinta Avenida, por cierto, en medio de la caminata, cuatro fuimos los jíbaros que inauguramos la alfombra roja de The Marvelous Mrs. Maisel, vimos a no me acuerdo qué equipo de pelota darle una pela de madre en la primera entrada del juego a los Yankees en su propia casa, disfrutamos de sus lugares más icónicos, del arte callejero y arquitectónico, de su gente, y bebimos y comimos de todo lo que se nos antojó, tal cual si estuviéramos preñaos.
La cosa es que lo largo de cuatro días y tres noches procuramos saturarnos de todo lo que New York tenía para ofrecernos, incluyendo sirenas, bullicio, ratas y marihuana.
Excepto, de los miradores...
Esta vez la culpa fue de la acrofobia
Resulta que mi pareja salió todo un macharrán. ¡Sí, querida amiga! Me las puse con el condenado que les tiene miedo a las alturas (aunque actualmente va mejorando), por lo que yo no me explico cómo de niño se atrevió a soñar con ser Superman o Spiderman.
A cuenta del acrofóbico del que me dejé conquistar, todos nos quedamos con las ganas de ser los obreros modernos que aparecen en una foto antigua, almorzando sobre una viga a 260 metros de altura en 1932, o de jugar con las bolas del Summit para disfrutar nuevamente del tipo de asombro que se experimenta en la niñez.
En lugar de eso, tuvimos que conformarnos con colocar en nuestro itinerario actividades que no involucraran alturas extremas; nada más y nada menos que en la ciudad de los rascacielos.
Tomando ese pequeño detalle en cuenta, creo que ir a Central Park fue una buena idea. Ahí, en tierra firme, mi hombre se sentiría seguro y a salvo. Todo empoderado.
Algo lindo ocurrió en Central Park (y no tuvo que ver con las alturas)
El día que visitamos el pulmón de New York llegamos pasada las once de la mañana. El día estaba precioso. El sol estaba quemándonos la vida. Pero los árboles estaban florecidos y las flores, coloridas. Las aves y las ardillas alegraban los senderos. Cada cosa que veíamos a nuestro paso parecía sacada de un sueño, como que era inicios de primavera.
Todo en el parque era digno de una foto. La naturaleza, los monumentos y los puentes. Hasta la engafada de Mili, a la cual perdí de vista.
Habíamos terminado de recorrer el castillo Belvedere en dirección hacia la plaza Bethesda. Ya casi llegando, el camino se hizo prácticamente un embudo. De manera que la cinco pies se me perdió entre la gente.
Como busqué con la vista y no la encontré, le pregunté a mi pareja por ella. Sin embargo, en medio de la pregunta, alcancé a verla. Yo matándome buscándola, y la sin vergüenza estaba feliz de la vida sentada sobre el borde de la fuente, sonriéndole a la cámara de su celular.
No sé si en ese momento mi amiga se habrá dado cuenta de que a su alrededor había decenas de personas paseándose por la fuente, curioseando con sus detalles y tomándose fotos con la monumental estructura de fondo. Pero ahí seguía ella. Precisamente, en la de ella.
Yo no le dije nada a Mili, ni si quiera me acerqué a la fuente, pero me quedé observándola mientras buscaba su mejor ángulo frente a la cámara, luciendo simpática y coqueta con su camisa blanca ajustada, mahones y tenis.
«Qué linda se ve mi amiga queriéndose bonito, ya convertida en una mujer adulta de treinta y pico, relativamente joven aún, apasionada de sus gustos e intereses, preparada y sensible. ¿Verá ella en esa cámara lo que yo veo distancia, verá a su mejor versión?», no sé; fue una de las cosas que me pregunté.
Cuando terminó la sesión de fotos se puso de pie sin pena alguna y fue con su esposo. Honestamente, no recuerdo si ella le enseñó los «selfies» que se tiró. Pero sí recuerdo que cuando se acercó a él, él le sonrió de oreja a oreja. Como siempre le sonríe.
Mili es feliz, y sospecho que amarse a sí misma ha tenido mucho que ver con esa felicidad que vi en ella ese día. Cuánto le habrá costado. Me gustaría saber. Mientras tanto, me conformo con haber conservado en una foto un momento que por lo menos para mí no fue cualquiera.
(Mt. 22:39)
¿Cuál es tú reacción sobre esta historia? ¿Qué puedes aportar acerca del amor propio? ¿Sabías que, en la mayoría de los casos, el problema principal que enfrentan muchas mujeres no tiene que ver en su origen con el amor propio, sino con la aceptación de su autoimagen?
P. D. No olvides que siempre que así lo desees puedes compartir las entradas de este blog con las mujeres que te rodean, con esas que forman parte de tu comunidad femenina.
Algunas notas para que nos podamos entender:
El término en inglés «random» es lo mismo que decir «al azar».
La expresión informal «la cinco pies» se utiliza en esta historia para indicar que la protagonista es de estatura baja.
La expresión informal «en la de ella» se utiliza en esta historia para indicar que la protagonista tenía puesta toda su atención en lo que estaba haciendo.
El término en inglés «selfie» se refiere a una foto que se toma uno mismo, comúnmente con un celular.